Sería una caradura si me pusiera en el rol de “mujer rural”. Nací en una ciudad, crecí en una ciudad más pequeña e industrial, y hace 23 años que vivo en Capital. Lejos, lejísimos estoy de entender en carne propia lo que es ser una mujer rural. Sin embargo mi primer trabajo fue en una compañía relacionada con el agro, y luego de muchos años, he regresado al primer amor para trabajar en otra compañía que también comparte su adoración por el campo.
En todo este camino conocí a muchos hombres y a menos mujeres, lamentablemente. Los clientes, los distribuidores, los periodistas del sector, los proveedores principales, los que manejaban las chatas, los remiseros de los pueblos y los intendentes eran en su mayoría hombres. Claramente dominan el terreno, por lo menos en volumen.
Cuando empecé a crecer dentro de las organizaciones, también vi que aquellas que accedíamos a puestos de mayor jerarquía éramos menos que los hombres.
Entonces decidí dejar de ver y empecé a mirar… y busqué mujeres del entorno que representaran lo que nos unía como género. Así conocí a las maestras rurales que son directoras, cocineras y enfermeras a la vez. La fuerza y las ganas de caminar o manejar por horas que tienen ellas hicieron que me diera cuenta de lo afortunada que soy por tener transporte a disposición. Y agua y luz a mi servicio.
Luego me crucé con líderes comunitarias cuyos ideales se concretaban a través de la participación ciudadana y municipal o provincial. Ellas la tenían complicada, porque la política también tiene una gran predominancia de señores. Algunas de sus caras eran aguerridas, luchadoras, pero otras eran tan sutiles que entendías que la
estrategia era cambiar el mundo sin que te dieras cuenta.
En el norte de Chile conocí a las esposas de los productores de hortalizas. Ellas caminan un paso atrás, con niño o niña a cuestas y sólo acompañan. “Sólo” digo como si fuera poco. Acompañar es una gran tarea, pero hoy me refiero a participar directamente de la actividad productiva. Los técnicos que estaban en esa jornada a campo sólo les daban folletos e información a los hombres, casi invisibilizando a las mujeres. Ellas aceptaban esa actitud pero miraban todo con atención y avidez. No pude con mi genio, y me acerqué a darles el mismo material con total normalidad. Sus ojos intensos y negros me lo agradecieron.
En la Pampa Húmeda, zona rica y productiva, conocí a mujeres productoras y empresarias de armas tomar, que por esa tarea no habían perdido su femineidad y tenían una calidez única con sus jeans impecables y las botas relucientes. Pero a la vez daban la mano fuerte
y discutían con los hombres empresarios con vehemencia y pocas palabras. De estas mujeres aprendí que es posible subsistir y ser rentable.
Otro capítulo distinto es Bangladesh. En este pequeño país lindante con la India la realidad de las mujeres es aplastante. Simplemente no se las elije para nada. Ni para que accedan a la educación ni para que vayan a trabajar ni para que manejen moto o auto…
Con este panorama, hay días que tengo un desasosiego inmenso pero llegan ellas: las jóvenes de 15 años de Bangladesh que están mejor alimentadas que sus padres porque el país prosperó, y que también saben que no quieren la misma vida de reclusión. Llegan ellas, las hijas de los productores y empresarios de campo argentinos que deciden hacerse cargo del negocio familiar y saben de administración y saben de música. Llegan ellas, las pasantes y jóvenes _millenials_ que vienen a la oficina con la idea de la equidad tan naturalizada que son un respiro de aire fresco.
Claro, faltan las emprendedoras, faltan las aisladas. El campo tiene esa mezcla de libertad y soledad, dos valores que pelean en el ring; porque el campo te aísla. Todo es lejos, y la mujer se aísla aún más y es precisamente la que menos acceso tiene a la comunicación, a la innovación, a la educación y a un crédito para ponerse un local de venta de empanadas.
Faltan también más periodistas agropecuarias.
Faltan mujeres directoras y presidentes de empresas familiares.
Faltan mujeres directoras y presidentes de empresas multinacionales.
Faltan ministras y secretarias.
¿Ahora es el momento? Sí. Más que nunca. Desde lo más escabroso de la denuncia al maltrato y acoso, hasta lo más corporativo como es luchar por equidad en la carrera profesional. Ahora es el momento, y necesitamos de los varones para que lo que empieza como una revolución sea en realidad el paso inevitable hacia una mejor sociedad.
“¿Ahora es el momento? Sí. Más que nunca. Desde lo más escabroso de la denuncia al maltrato y acoso, hasta lo más corporativo como es luchar por equidad en la carrera profesional. Ahora es el momento, y necesitamos de los varones para que lo que empieza como una revolución sea en realidad el paso inevitable hacia una mejor sociedad.”
Celina Kaseta