La preocupación de la organización mundial se volcó a la industria de la moda, responsable de varias problemáticas, desde polución del agua hasta trabajo forzado. En la región también se visibilizaron estas situaciones que empeoran las condiciones de vida de todos.
Por Vanesa Listek
Los desechos textiles, la contaminación del agua, el uso de sustancias químicas tóxicas y el trabajo forzado demuestran que la moda tiene un costo enorme para el medioambiente y la sociedad. En parte porque la industria textil tiene una fuerte presión para reducir los costos y el tiempo de producción.
Durante la última reunión de la Comisión Económica de las Naciones Unidas para Europa (UNECE por sus siglas en inglés) realizada en Ginebra, Suiza, se debatió sobre el rol de la industria de la moda en el medioambiente y la sociedad, al mismo tiempo que se plantearon cifras preocupantes que alertan sobre esta problemática.
Según un informe que revelaron durante el encuentro, la industria de la moda -cuyo valor global se estima en 2.500 millones de dólares- es el segundo usuario de agua más grande del mundo. La producción de una camisa de algodón requiere de 2.700 litros de agua, la misma cantidad que una persona bebe en 2.5 años. La agencia también estima que una de cada seis personas trabaja en un empleo relacionado con la moda, una industria cuya cadena de suministro tiene una reputación de condiciones inseguras, trabajo infantil y otras prácticas de explotación, especialmente para mujeres, que representan el 80% de la fuerza de trabajo en toda la cadena de suministro.
Durante el evento “La Moda y los Objetivos de Desarrollo Sostenible: ¿Qué papel tiene la ONU?”, la organización advirtió que la práctica de la industria de la moda de producir cada vez más cantidades de ropa barata y desechable “crea una emergencia ambiental y social”. La UNECE invitó a varias organizaciones de las Naciones Unidas, así como a representantes de la industria de la moda, a debatir sobre los problemas y sus posibles soluciones.
En la región Latinoamericana hay varios problemas visibles y urgentes que concuerdan con las preocupaciones de la UNECE, en especial la huella de carbono, la contaminación del agua y los talleres clandestinos, entre otros.
En la Argentina, la industria textil vive una situación crítica, principalmente en cuanto a las condiciones de trabajo y el uso de talleres clandestinos para la confección de prendas. Alrededor del 60% de los trabajadores están fuera del sistema formal, con condiciones de trabajo precarias que llegan en muchos casos, al trabajo esclavo, incluido el trabajo infantil.
Desde mercados ilegales que proliferaron en todo el país hasta el uso de talleres clandestinos, todos afectan tanto a la comercialización como a la producción. Según el representante de la Federación Argentina de Industrias Textiles (FAIT), “uno de los mayores problemas que enfrenta el sector es la informalidad porque no hay sanciones para aquellos que trabajan de esta manera”.
De acuerdo a los datos de la Cámara Argentina de la Ropa (CIAI), a principios de 2016, el sector textil empleaba a 135.000 personas y la industria presentaba el 0.6% del PIB con un total de 3.000 empresas textiles en la Argentina.
Sin embargo, durante 2016 el nivel de actividad cayó alrededor del 25% debido a una reducción de ventas cercana al 30%, sobre todo en el segundo semestre del año. Esto se debió a dos motivos: una caída del consumo por el menor poder adquisitivo de la gente y el aumento de las importaciones, que fue del 7% en promedio en el año, pero que en los rubros de prenda de vestir fue del 30% de forma interanual en relación al 2015.
“Cuando se abre la economía de un país como la Argentina, que estructuralmente no es competitivo porque tiene los impuestos más caros del mundo, porque tiene los costos financieros más altos, porque tiene costos de logística y distribución que no son competitivos, suceden este tipo de cosas”, reflexionó Ariel Schale, Director Ejecutivo de la Fundación ProTejer. Asimismo agregó que este es un sector que perdió más de 16.000 puestos de trabajo (durante 2016 hubo alrededor de 8.000 despidos formales y otros 7.000 informales) y está funcionando con el 57% de su capacidad instalada. “Pretender que con la apertura económica vamos a poder competir, que vamos a bajar los precios es muy ingenuo”, concluyó.
Asimismo, el sector enfrenta una situación difícil caracterizada por la caída del consumo en el mercado doméstico, altos costos de producción y una presión fiscal que afecta aún más a las pequeñas y medianas empresas -96% de las 520.000 compañías del país son PYMEs-.
Desde la Fundación ProTejer lanzaron hace cuatro años la iniciativa “Por la Calle”, junto con el Observatorio de Tendencias del Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI), cuyo objetivo es realizar el relevamiento nacional de diseñadores y darle visibilidad al gran número de diseñadores independientes que tiene la Argentina.
“Tenemos un potencial de diseño enorme y la capacidad para desarrollar una industria que trasciende, pero debemos tener en claro que lo que salga de la Argentina no va a ser lo más económico, para eso está China. En este continente, con más de 300 millones de habitantes, existe un mercado formidable, que inexorablemente va a crecer en las próximas décadas. Esto haría factible, sustentable y sostenible una industria de la indumentaria con eje en la Argentina y marcas de diseño con productos bien desarrollados”, comentó a Visión Sustentable Claudio Dresche, dueño de la firma JazminChebar.
¿Y en el resto de la región?
Brasil en cambio se encuentra un paso adelante que la Argentina, en primer lugar, posee la cadena completa: desde el cultivo de algodón y la producción de fibra para venta al por menor, hasta los desfiles de moda. Es el quinto mayor productor de textiles en el mundo: el segundo mayor productor de denim y el cuarto productor de ropa. Producir textiles en Brasil es costoso, en especial la mano de obra, y por eso casi un 35% de la industria indumentaria tiene operaciones ilegales.
“La sustentabilidad no es un tema nuevo para el sector textil, pero aún cuenta con muchos desafíos en empresas más pequeñas. La cadena tiene dos enlaces débiles: el hilado, con problemas ambientales relacionado con el teñido y el uso de productos químicos, y la confección de ropa, con instalaciones que usan el trabajo esclavo “, dijo SylvioNapoli, gerente de tecnología en Braziliantextile and apparelindustryassociation (ABIT)
En Brasil hay un uso excesivo de agroquímicos, consumo excesivo de agua para los procesos de confección, condiciones degradantes de los trabajadores rurales y trabajo infantil, riesgos de salud para los trabajadores por la contaminación con pesticidas, generación de desechos tóxicos, consumo de energía enorme y emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) en la producción de algodón. Sin embargo, hace varios años comenzaron iniciativas sostenibles para contrarrestar los efectos adversos de la industria de la moda, como el cultivo de algodón orgánico, manejo integrado de plagas y programas de agricultura y sembrado saludable.
La agricultura de algodón usa una cantidad desproporcionada de los insecticidas del mundo. En un informe publicado en febrero, ClimateWorksFoundation y Quantis, una consultora de sostenibilidad, calcularon que las industrias de indumentaria y calzado representan el 8% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero y, a menos que algo cambie rápidamente, el impacto climático de la indumentaria aumentará un 49% para 2030.
En Perú, donde el 50% de lo que produce el sector textil es algodón, uno de los problemas más importantes es el trabajo infantil, ya que los niños trabajan en los campos recolectando la materia prima junto a sus padres. Por otro lado, en Chile, en las últimas décadas, la producción de textiles y confecciones se ha reducido debido a la apertura comercial que permitió al país tener un intercambio fluido con países asiáticos y europeos que venden productos a muy bajos precios, resultando en exportaciones textiles totales de no más del 2% del total anual.
Esto llevó a Chile a nuevos caminos, como el “slowfashion”, muy común en jóvenes de entre 18 y 40 años con más conciencia acerca de las condiciones sociales, laborales y ambientales de la fabricación de los productos, con más conocimiento y preocupación sobre el impacto que tienen las materias primas y los insumos y procesos de fabricación sobre la salud humana. Este grupo suele ser el principal consumidor de productos de vestuario fabricados con fibras naturales, como el algodón orgánico y la lana de alpaca. Estas intenciones de consumo más responsable se materializan en prácticas como la compra y venta de ropa de segunda mano, la moda de autor y de organizaciones sustentables, como el caso de Arropa Chile que se hace cargo del problema de la ropa en desuso que existe en el país creando nuevos productos a partir de desechos textiles.
También coincide con estas modalidades Elizabeth Cline, autora del libro “Overdressed: TheShockingly High Cost of CheapFashion” que nos aconseja comprar ropa reciclada, orgánica y producida localmente. Para Cline estamos cada vez más dispuestos a ignorar la calidad de una prenda de vestir si la conseguimos en un “sale”. El consumo excesivo de ropa barata tiene efectos devastadores en el medio ambiente mundial y millones de trabajadores en la cadena de suministro, efectos que solo se intensifican. Según la especialista, la industria de la moda es ahora uno de los principales impulsores del cambio climático.
Los especialistas y organizaciones internacionales alertan continuamente sobre la contaminación de la industria textil. Sólo en 2015, las emisiones de gases de efecto invernadero de la producción textil mundial superaron a las de todos los vuelos internacionales, en la región china de Guangdong, donde rebalsan las fábricas textiles, y observa, la contaminación del aire es tan espesa que casi no se puede ver más allá de un kilómetro, y la mayoría de la ropa que se demanda hoy es sintética (como el poliéster) a base de petróleo, que al igual que el plástico está obstruyendo nuestros océanos y dañando los ecosistemas.
Los datos de la UNECE son contundentes: hoy el consumidor promedio está comprando un 60% más de ropa, comparado con lo que compraba en el año 2000, pero cada prenda se usa la mitad del tiempo y en promedio el 40% de la ropa nunca se usa.
De acuerdo a los informes que presentó la UNECE, a nivel global la industria genera el 20% de todas las aguas residuales y el 10% de las emisiones de carbono en el mundo. Además, la industria es responsable del 24% del uso mundial de insecticidas y del 11% de la propagación de plaguicidas, a pesar de que sólo ocupa el 3% de la tierra cultivable del planeta. El análisis de la UNECE fue condenatorio, ya que el 85% de los productos textiles usados terminan en basurales, donde se tiran 21 mil millones de toneladas de telas cada año.